lunes, 10 de septiembre de 2007

La palabra que cuesta


Cada vez que hablamos realizamos un trabajo que nos cuesta un esfuerzo considerable. Algo tan natural, como emitir una frase, es producto de una larga serie de actividades más allá de nuestra consciencia. En este proceso intervienen nuestros conocimientos, sentimientos, emociones y nuestro nivel de relación interpersonal.

¡Aguas!, ¡Ojo!, ¡Guarda!, ¡Suave! Algunas de las diferentes formas de decir: ¡Cuidado!

Cada vez que hablamos realizamos un trabajo que nos cuesta un esfuerzo considerable. Algo tan natural, como emitir una frase, es producto de una larga serie de actividades más allá de nuestra consciencia. En este proceso intervienen nuestros conocimientos, sentimientos, emociones y nuestro nivel de relación interpersonal.

El mensaje no está compuesto solamente por aquello que deseamos comunicar (la noticia), sino por la forma en que nosotros queremos que sea recibido y la relación que tengamos con la persona a quien se lo comunicamos. Por ejemplo, si le cuento a mi mejor amigo que me gané un fin de semana de vacaciones en la playa, voy a utilizar el suspenso («¿a que no adivinas dónde voy a ir el próximo fin de semana?»), mostrar emoción, alegría (uso de exclamaciones, tal vez risas) y, posiblemente, voy a hablar más rápido que otras veces; en cambio, si le cuento la noticia a mi jefe, esa alegría no se exteriorizará de la misma manera, no usaré las mismas exclamaciones ni expresaré igual grado de emoción. Por eso, mi interlocutor determina la forma en que comunico la noticia.

Con respecto al contenido del mensaje, existen numerosas estrategias para dar la información. Hay que tener siempre en cuenta que existe variación subjetiva en el significado de las palabras, lo que hace posible que el oyente les otorgue una interpretación diferente. Por esta razón, si el emisor quiere que su mensaje sea comprendido e interpretado correctamente, debe colocarlo dentro de un contexto perfectamente claro para el interlocutor. Es decir, no podemos dar ejemplos basados en el funcionamiento de un motor a alguien que no entiende nada de mecánica.

Para que haya comunicación «para el otro» es importante utilizar un lenguaje que él pueda comprender, es decir, «ponerse en sus zapatos». Por esta razón, debo conocer las características de la otra persona en particular, tener en cuenta que existe una perspectiva diferente de la mía y ser sensible a ella durante la interacción comunicativa.

Por ello, primeramente el individuo transforma una idea en un mensaje para sí mismo y luego lo adapta al oyente según las características del mismo. Es muy diferente la forma en que voy a hablarle del amor de Dios a un niño, a un adolescente o a un adulto.

También es importante tener en cuenta que cuando un individuo comunica algo a alguien quiere dar cierta impresión de sí mismo. Puede hacerlo en forma deliberada (como cuando en una entrevista de trabajo quiero presentarme como la persona más adecuada para ese puesto), o más o menos inconscientemente. Por esto, la persona que inicia la conversación tiende a proponer la manera en que se desarrollará la misma. Sin embargo, esta forma puede ser rechazada por el interlocutor. Además, la impresión inicial que cada participante ha dado de sí mismo puede influir de manera crucial. Por ejemplo, Juan compró una radio en un comercio en el centro y al cabo de una semana ya no funcionó más. Molesto porque tenía que perder tiempo y dinero en ir a quejarse, ya estaba enojado cuando entró en el lugar. Asumiendo una posición de superioridad, como cliente estafado exigió la inmediata reparación del aparato. Pero lamentablemente Pedro, el dueño de la tienda, había tenido una mañana espantosa y su malhumor equiparaba o aun superaba al de Juan. Casi a los gritos se eximió de toda responsabilidad y culpó al cliente de maluso del aparato. ¿Cómo seguirá el diálogo?

Juan propuso una situación y asumió una posición de poder, pero Pedro la rechazó, reclamándola para sí. A partir de ese momento Juan tiene que reelaborar su estrategia y ver de qué manera conseguir su fin. Puede intentar mantener el poder, pero también puede recurrir a una relación de solidaridad, por medio de un acercamiento amistoso (con frases del estilo: «la vida es cada vez más difícil para todos», «el dinero no alcanza», y otras que contribuyan a distender la situación y sirvan de puente), o bien inspirar compasión («es tan importante para mí poder escuchar las noticias», etc.). A su vez, Pedro puede aceptar las nuevas propuestas comunicativas de Juan, rechazarlas, o proponer alguna diferente.

Esperemos que Juan haya podido obtener una radio que funcione y que Pedro no lo haya echado del establecimiento con malos modales.

Observando lo dicho anteriormente, podemos afirmar que comunicar un mensaje es una tarea que requiere esfuerzo, que nos obliga a sobrepasar nuestras propias fronteras y a alterar nuestra perspectiva egocéntrica para alcanzar la de la otra persona, pero que, sin embargo, vale la pena. Elaboremos mensajes para «el otro», es decir, pongámonos «en sus zapatos».

No hay comentarios: